miércoles, 12 de noviembre de 2008

SOBRE AFGANISTÁN

El pasado domingo llegaba la noticia de la muerte de dos soldados españoles en Afganistán. Un militar gallego y otro asturiano nacido en nuestra villa de Mieres, pertenecientes ambos a la BRILAT. Se trata de dos profesionales que encontraron la muerte cumpliendo con su tarea a muchos kilómetros del hogar y solo nos queda desde aquí lamentar sus muertes y solidarizarnos con el dolor de sus familias, compañeros y amigos. Hasta ahí nada más que decir. Silencio. Punto y aparte porque ninguna palabra puede reparar lo irreparable. Dicho lo cual sí parece, no obstante, adecuado desde este blog del PCA mierense hacer un repaso –a modo de recordatorio- sobre el tema afgano teniendo en cuenta que hace ya tres décadas que las tropas soviéticas intervinieron en aquél país en apoyo del régimen comunista que entonces existía. Las peculiaridades geográficas y otros condicionantes políticos, históricos, sociológicos, etc.… siempre hicieron de Afganistán un país poco accesible a Occidente, diríamos que “cerrado” o poco permeable a ciertos avances del progreso. Pero parece innegable que el comunismo en aquellas latitudes produjo unas ciertas esperanzas de apertura, se consiguieron avances en educación y la sanidad experimentó significativos logros. La Universidad acogió a las mujeres por vez primera. No obstante, esos progresos no estuvieron exentos de errores y de luchas internas entre facciones del régimen y contaron, sobre todo, con la oposición de los poderosos terratenientes, anclados en el feudalismo, así como de los líderes religiosos de la zona. Unos y otros desencadenaron una lucha de guerrillas favorecida por la orografía del país así como por la valentía y astucia de los pobladores de las zonas más rurales y atrasadas. El Partido Comunista cometió el error político de no lograr ilusionar suficientemente a sectores de la población que llevados por un sentimiento nacionalista, religioso o amedrentados por los señores feudales convertidos en Señores de la Guerra se alzaron contra el gobierno y pusieron a sus Fuerzas Armadas “contra las cuerdas”. Entonces la URSS tomó la decisión de intervenir y encontró una resistencia inesperada ya que la administración Reagan armó hasta los dientes e instruyó en el uso de armas tecnológicamente avanzadas a los talibanes a quienes los dirigentes norteamericanos calificaban de “luchadores por la Libertad”. El guerrillero afgano, conocedor de su tierra y su clima y de la psicología de sus gentes es un temible adversario pero ello no explica que los helicópteros soviéticos fueran abatidos por pastores de cabras ni que los carros blindados fueran recibidos con fuego artillero en cada desfiladero o a cada recodo del camino. La gran maquinaria bélica del Ejército Rojo naufragó sin paliativos en las arenas afganas y vivió lo que los corresponsales de guerra del momento dieron en llamar en sus crónicas “el Vietnam soviético”. Las listas de desaparecidos en combate, los jóvenes mutilados física y psíquicamente para el resto de sus días y la cada vez más numerosa lista de héroes de la Unión Soviética que retornaban sin vida a su patria llevó a ese ejército a entrar en una espiral de excesos contra la población y los insurgentes que solo generó más odio hacia el ocupante. Ese fue otro gran error de la dirigencia soviética en esa campaña. Tras diez años de inútil contienda Gorbachov decretó la retirada de las tropas, decisión tardía y posiblemente muy traumática para los dirigentes soviéticos cuyas prioridades eran otras ante el inminente colapso de la URSS. Abandonados a su suerte los comunistas afganos fueron arrollados por los islamistas que habían avanzado desde el campo a las ciudades y tras un periodo de resistencia de tres años los talibanes asaltaron Kabul, sembrando el caos. En ese momento Occidente no movió un dedo ni protestó al observar por televisión, pendiendo de una soga, al Presidente comunista. A partir de ahí la brutal represión hacia las mujeres a quienes se confina en sus hogares y se les niega el derecho a ejercer las profesiones que desempeñaban en la época comunista (ingenierías, medicina, enseñanza, trabajadoras en sectores productivos…), la destrucción de monumentos patrimonio de la Humanidad, el salto hacia atrás de dos mil años en toda una serie de derechos fundamentales y en la estructura socioeconómica del país, así como su condición de productor al por mayor de opiáceos siendo un “narco-régimen” son aspectos que constituyen un escándalo político internacional. Los Estados Unidos habían ayudado eficazmente a los talibanes a alcanzar el poder y luego esos talibanes habían vuelto su ira -y las armas que la administración Reagan les proporcionara- contra sus antiguos aliados. Además tras la masacre del 11-S se busca a Bin Laden y la caza del hombre conduce a los servicios de información norteamericanos hasta las montañas escarpadas e inaccesibles de Afganistán. Esos y otros motivos llevan al ejército norteamericano a invadir el país y a instaurar un gobierno diseñado y conformado desde el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Eso sí, los países aliados que pretenden sostener al precario gobierno pro-occidental llegan allí con mandato de la ONU. Esa diferencia sustancial con el caso iraquí sirve de argumento al Gobierno de España para no retirar a los efectivos destacados en Afganistán, siendo ya -si mis datos son correctos- ochenta y seis los militares de nuestro país caídos en acto de servicio en misiones en ese país, contando lógicamente a las víctimas del accidente aéreo del aparato YAK-42 que trasladaba personal destacado en aquellas latitudes. Convendrán los lectores conmigo en que es un tributo excesivamente alto el que España ha entregado ya en Afganistán. Cesar Arias